¡ Me ha tocado !
Todos pensamos que esas noticias que leemos u oímos en la radio, tan impactantes, que parecen estar sacadas de un guión de película, no pueden pasarnos a nosotros. Y sí, esta vez, ¡ me ha tocado !
No sé cómo, pero en cuestión de segundos, estaba organizando mi casa para que todo esté controlado. Metiendo en la bolsa lo necesario para salir corriendo, haciendo llamadas para avisar de lo que ha pasado, dejando a mis hijos atendidos a la salida del cole, y a los que no quería que se les dijera nada de momento. Quería ser yo quien les diera la noticia para que no tuvieran mil versiones de lo que había pasado… y me fui de casa sabiendo que cuando volviera, ya nada sería lo mismo.
Cada accidente tiene unas problemáticas diferentes, en mi caso, mi marido sufrió el accidente en París. Las 24 horas que transcurrieron hasta llegar a encontrarme con él se hicieron interminables y muy duras psicológicamente ante la incertidumbre de lo que me iba a encontrar cuando estuviera frente a él, porque de lo que me contaron, no sabía a que realidad se ajustaba. Durante esas horas tuve tiempo de imaginarme multitud de escenarios, a cada cual peor, y al mismo tiempo no dejaba de mantener la esperanza de que todo iría bien.
Mi cabeza no paraba de dar vueltas, era incapaz de descansar la mente, solo me venían recuerdos de lo vivido con él, no quería pensar en lo que podía ser la vida sin él, pero lo piensas, y la frase “…se ha quemado” venía a mi cabeza constantemente.
Al llegar al hospital e informarme de que mi marido se ha quemado un alto porcentaje de su cuerpo y de que su vida corría peligro, seguía pensando que esto no me podía estar pasando a mí.
Iba a la UCI a las horas establecidas para poder visitarlo. Le hablaba, y hablaba, y hablaba… y mi voz se mezclaba con el pitido de la máquina a la que estaba conectado, y de vez en cuando dejaba de hablar para solo escuchar el “pi… pi … pi… pi…” cómo esperando que la máquina me fuera a decir algo.
Le tocaba por encima de las vendas con miedo a hacerle daño. Necesitaba acariciarle, tocarle y que supiera que estaba ahí… Y cuando llegaba el momento de irme, me despedía, le decía que mañana volvería otra vez, que fuera fuerte y que aguantara otra noche más. Entonces, salía de la habitación, todo el personal me observa con cariño y me despedía de todos con una sonrisa y un “gracias” profundo y sincero, y sin necesidad de palabras, mi mirada les pedía que por favor, me lo cuidaran…y suspiraba, suspiraba profundamente y mi vida seguía.
Y entonces el teléfono no dejaba de sonar, los whatsApps no paraban de llegar, porque todos, hasta personas con los que no teníamos contacto desde hace años, sabían lo del accidente y querían saber de su estado, algunos con muchísimo interés y otros simplemente por el morbo, pero esperaba que entendieran que no quisiera contestar, que no quisiera hablar.
Después de 11 días en París y un traslado repentino en un avión medicalizado a Valencia, pasaron 3 meses y medio más hasta el alta hospitalaria. Días entre curas y quirófanos, noches largas sin poder dormir. De esa estancia en La Fe, solo tengo palabras de agradecimiento para todo el personal por no haberse limitado a cumplir sus funciones, sino por esa sensibilidad y trato humano con la que fuimos atendidos. A todos ellos, siempre gracias.
Y después de cada visita, después de cada noche en el hospital, tenía que reponerme porque en casa me esperaban mis hijos, que dentro de su inocencia, eran conscientes de la gravedad en la que se encontraba su padre. Y me los llevaba al cine, a cenar… y al llegar a casa e irme a dormir, buscaba tumbarme en su lado de la cama, y le seguía deseando “buenas noches”, y seguía pensando que esto no podía estar pasando.
Y pasaron los días, las semanas, los meses y por fin llegó el día de salir del hospital y todas las personas que en el hospital están para ayudarte, en casa ya no lo están, y si toda la fase anterior había sido dura, está lo iba a ser aún más. La vuelta a casa se convierte en una amarga alegría. Todas las cosas sencillas y que ni te paras a pensar como las haces, se convierten en una dura carrera de obstáculos. Vestirse, afeitarse, asearse, andar, abrir una lata de Coca cola… todas estas cosas que aparentemente son tan sencillas, para él ahora, son imposibles de realizar. Me necesitaba para todo. ¿Dónde está el timbre que al pulsarlo vienen en tu ayuda?… ¡no está! y lloraba, no porque fuera débil, no creo que nadie se atreva a cuestionarlo, sino porque necesitaba desahogarme de vez en cuando, para poder seguir.
Me agotaba con las curas que tenía que hacerle prácticamente a diario, y me creía la mejor enfermera del mundo cuando conseguía que el vendaje que le había hecho con el Coban quedaba “casi” perfecto, y él me regalaba una sonrisa, me mandaba un beso, cada vez que mis ojos buscaban los suyos,… era la mejor compensación que podía recibir.
Y lloraba, lloraba mucho cuando el peligro ya había desaparecido porque entonces era capaz de pensar en lo que podía haber pasado y no pasó.
A mi marido una enfermera le dijo que de todo esto, sacaría algo bueno. Los dos pensábamos que era imposible que algo tan horrible pudiera tener su lado bueno. ¡Y que razón tenía! Hemos aprendido a valor todo mucho más, a disfrutar de esas pequeñas cosas, momentos que normalmente nos pasarían desapercibidas, le damos importancia a lo que realmente se lo merece, nos vamos a la cama siempre habiendo solucionado esas pequeñas discusiones y sobretodo nos vamos con una sonrisa.
Y la vida sigue, y yo quería continuar viviendo y no morirme en vida.
Y casi ya tres años del accidente, seguimos acordándonos prácticamente a diario de lo que pasó. Siempre estarán las cicatrices ahí para recordárnoslo, pero al verlas y por supuesto, aceptar que van a estar ahí, solo son eso, cicatrices, más o menos feas, pero que te demuestran lo fuerte que fue mi marido y todo lo que superó para continuar estando en nuestras vidas.
Seguimos apoyándonos el uno en el otro. Lloramos juntos e incluso hemos podido reírnos de alguna de estas situaciones, difícil pero lo hemos conseguido.
Ahora nos reconforta poder ayudar a las personas, que lo necesitan, sin necesidad de conocerlas, al igual que hicieron en su momento conmigo, y que se han visto en una situación parecida a la nuestra. Me encanta sentir esos abrazos, esas miradas, esas palabras de agradecimiento de los familiares que esperan aterrados verte para que les digas que todo pasará… y sí, todo pasará, con mucho esfuerzo, con mucha paciencia, todo pasará.
Y mi vida sigue, y sigue junto a mi marido, al que debo darle las gracias por haber sido tan buen paciente y haberme puesto tan fácil el cuidarlo.
Gracias por no rendirte y querer continuar estando a nuestro lado. Te quiero mucho mucho.